DON MARÍA FELIX Y LA COFRADÍA DE LOS COME-GATOS
Por: Sixto I. Fernández Alvarado
Amable lector:
Harto conocida es la muy antigua afición gastronómica de los negros esclavos quienes profesaban especial predilección a los platillos preparados en base a la carne de gato. Tradición que en nuestros tiempos aún existe en el sur peruano, entre Cañete y Chincha… y seguramente que también en Nasca. Dicen los entendidos que su carne semeja a la de conejo pero que cocida se torna oscura, como la del pato. Y citan apetitosos potajes como la “Carapulcra de gato”, “Gato al horno con legumbres al aceite de oliva”, “Gato frito macerado en pisco ó vino”, “Gato a la parrilla” y “Adobo de Gato”, etc. Precisamente en Cañete se celebra en los últimos tiempos, el “Festival Gatonómico”.
En nuestra amada tierra, cuando éramos niños y aún adolescentes, oímos que cierto grupo de conocidos nasqueños conformaban una suerte de “Cofradía de Come Gatos” seguramente continuidad de vieja tradición afroperuana del Ingenio, Nasca y hasta Acarí. Vecinos del Cercado y hacendados; entre los primeros, nuestros tíos don Abisaí y don José “Chalo” Fernández Lancho, hermanos menores de nuestro padre. Evidencia de ello y “cuerpo del delito” constituía una “galería” de pellejos de gato clavados en una vieja pared de adobe: docenas de ellos, de distintos colores y matices. Para éste caso, se trataba de gatos llamados “techeros”, cimarrones y sumamente agresivos cuando se trata de defender su libertad.
Para atraparlos, nuestros tíos utilizaban una antigua trampa de madera que conocimos y que ubicaban en un rincón de la casona de nuestra abuela: tenía una artística forma con una especie de marco exterior provisto de una armella por la que pasaba un cordón fijado artificiosamente en un clavo dentro de la trampa. Allí estaba el bocado de carne que atraía al desconfiado felino. Pero como el estómago suele mandar sobre el cerebro, éste ingresaba sigilosamente y al arrancarlo, el cordón se desprendía soltando vertiginosamente una puerta que estaba suspendida. ¡GATO CAZADO! Con unas largas horquetas inmovilizaban al animal por el cuello para poderlo atrapar, lo cual era toda una proeza: un solo descuido y le dibujaba a uno en brazos y hasta la cara, ¡LAS LINEAS DE NASCA!
Nunca asistimos al sacrificio y beneficio del animal, al que rendían veneración los maestros egipcios y nasquenses: Ellos les temían y adoraban por considerarlos portadores de la voluntad divina, castigando a quienes les dieran muerte. En contrario, los hebreos ofrendaban a Jehová sangre de animales en holocausto y con su carne se daban un banquete de padre y señor mío. En cambio, los miembros de la Cofradía nasqueña celebraban un ritual de tributo a la amistad y sacrificaban gatos macerándolos en vinagre, luego los rociaban con finos piscos y vinos para finalmente cocinarlos y alcanzar el goce celestial saboreando su exquisita y exótica carne.
En Nasca-Cercado se estimaba como el mejor cocinero de su tiempo a don “MARÍA FELIX”, uno de sus más enigmáticos personajes. Nunca supimos su nombre y solo sabemos que fue hermano de don Obdulio García, eximios y emblemático panadero del pueblo, padre de nuestro gran amigo Isaías. Don María Félix era vecino de nuestra cuadra en el hoy Boulevard Bolognesi, y vivía casi en la esquina con la Av. Fermín del Castillo (antiguamente conocida como el “Callejón de Aja”). Era una persona solitaria y pese a tener un equipado salón, su puerta permanecía siempre cerrada. Adentro se escuchaba el alegre cotorro de sus clientes, especialmente los domingos, pero jamás protagonizó escándalo alguno. Al amanecer hacía “la plaza” en el céntrico mercadillo “San Agustín” de la calle Grau (llamada antiguamente “Zaguán”). A ésa hora pasaban diversos ancianos del pueblo como el señor Valdivieso con su blanca y luenga barba, abrazando un paco de verde y aromática alfalfa para sus conejos y cuyes; también pasaba nuestras tías Josefina Calle y Julia Benavides y muchos más: ése querido Mercado cumplía además un rol social donde unos y otros se daban cita para ejercitar un conversatorio mañanero previo al retorno hacia sus viviendas. Aquella fue una de las costumbres más arraigadas de nuestro antiguo pueblo: en ése mercado ó en las céntricas esquinas escuchaban las noticias “frescas” que por la noche se procuraba don Doroteo Carbajo. Siguiendo con don “María Félix”, por las noches (exactamente a las doce), salía nuevamente, calzado con alpargatas y en BBD ó con un polo blanco y recorría nuestra cuadra de esquina a esquina cumpliendo una extraña rutina de ida y vuelta, murmurando y contemplando el negro cielo nasqueño tachonado de lumbreras, con las manos tomadas por la espalda.
Niños aún, como dijimos, tocábamos su puerta de dura madera color caoba, para comprarle galletitas de vainilla. Apenas la abría, trancándola con un pie, pero se podía observar una de sus piernas y hoy deducimos que en su intimidad andaba calato. Con el ceño fruncido nos recibía la monedita y nos entregaba un paquetito. Muchos años después, nuestro amigo y cuñado Willy Parodi, llegó a casa de madrugada y nos encargó recoger al mediodía un “pato asado” donde don “María Félix”. A la hora convenida acudimos y tocamos esa conocida y familiar puerta como cuando éramos niños, después de muchísimos años. Asomó nuevamente como en el ayer el ya viejo cocinero, abriéndola a penas y trancándola con un pie, y nos preguntó nuestro nombre y al escucharlo, nos dijo: “¿Tu eres Sixtito, el que compraba galletitas? “¡¡YA ESTÁS BUENO!!” Hasta hoy no entendemos qué quiso decirnos (¿?).
Don “María Félix” profesaba un voluntario enclaustramiento en su local que tenía toda la fisonomía de un salón del antiguo Oeste de ésos que veíamos en el Cine Medina: de las escasas veces que pudimos ver adentro, recordamos sus mesitas con sillas de madera y asiento de paja; un largo mostrador, y detrás de él un también larguísimo andamio surtido de diversas botellas de aguas gaseosas y grandes frascos, uno de ellos con aguardiente en el que se maceraban raíces y hierbas. El piso estaba limpio en base a kerosén. Al parecer el uso de ésa sustancia obedecía -en nuestra opinión- a que Nasca estuvo muchos años plagado de chirimachas debido a la inacción de las autoridades sanitarias y de salud. Al fondo se divisaba un amplio corral con diversos animales de crianza. En ése reducto se congregaba a menudo la “Cofradía de los Come Gatos” en amenas reuniones con generosas libaciones del emblemático pisco de los piscos nasqueños: ¡EL “TUNGA”! La preparación de los platos era confiada a la exquisita maestría culinaria de don “María Félix”. Su triste final fue el colofón de una existencia como la suya, que linda con la leyenda: La casa en que moraba no era propia y cuando envejecido se la requirieron sus dueños, dizque contestó: “DE AQUÍ SOLO ME SACARÁN MUERTO”. Y cumplió su palabra: ¡Se ahorcó!
¡SALUD!, Por aquellos nasqueños tributarios de la amistad y amantes de la culinaria gatuna; sean éstas líneas de recordación y homenaje a otro de los personajes de nuestra amada Nasca, el gran maestro cocinero, Don MARÍA FELIX, ícono de su gastronomía ¡SALUD!
Sixto I. Fernández Alvarado
Conde Chaucato.
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