EL JARDINERO
Por: Sixto I. Fernández A.
Murmurando salió el jardinero
Echando sus penas a mudar…
Aquél fue el último febrero
Que el parque le dieron a cuidar.
En el estanque de bruñido espejo,
contempló su entristecido rostro viejo,
Mientras doblaron el tallo las flores,
¡Confesándole rendidas, mil amores!
En medio de recortados arbustos y fantasía,
El estanque de brillantes azulejos
Retrató la tarde gris y vacía,
Sintiendo al jardinero lejos, muy lejos.
Y éste, arrastrando de su vejez, cadenas,
Cruzó el edén amado,
Y apretando el abrigo y penas,
¡Dio vuelta a la llave y cerró el candado!
Rondó entonces llorosa, una Hada,
Alrededor de la fuente acongojada,
Y musitó el parque aquél un rumor lastimero,
¡Por su amado y ausente jardinero!
LA VELA AZUL
Por: Sixto I. Fernández A.
La cercana ó abismal distancia,
entre vivir y morir,
yo cruzaré el dia que deba partir,
haciéndome forastero
de mi amada estancia.
Mas, siento que he muerto antes y resucitado,
Como dicen de aquel Cristo crucificado,
Por eso ésta partida, será para nosotros
Como iniciar una nueva vida!
No encierren mi recuerdo en el ropero:
A un mendigo regálenle mi ropa,
Mi calzado, mi sombrero,
El bastón y también mi copa!
Solo un ruego, déjoles presente,
Insulso o quizás intrascendente:
De cuando en cuando, ¡una vela azul encendida!
A las seis de la tarde, dormida,
Allí, en mi rincón preferido
Donde leía a Valdelomar, a Denegri y Vallejo,
Donde charlaba con mi hermano y con mi viejo,
¡Hasta quedarme dormido!
En sábado les pido y en ningún otro día,
Pues en él, mi alma triste y sombría,
Se vestía de luto y pena,
Pagando no se qué, ¡CRUEL CONDENA!
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