lunes, 14 de enero de 2013

Cultura : La Ciencia oculta de los Amautas

LA CIENCIA OCULTA DE LOS AMAUTAS :

“Sería tener una opinión muy baja de los antepasados de suponer que todo este trabajo inmenso y minuciosamente exacto y detallado hecho con concienzuda perfección, tenía como única finalidad el servicio de una superstición primitiva oculto estéril de los antepasados. Al contrario tenemos aquí el testimonio de gran escala único en el mundo del primer despertar de las ciencias exactas en la evolución de la humanidad, esfuerzo gigantesco de la mente primitiva que se refleja en la grandeza de la ejecución bajo el cielo basto de las pampas inmensas y solitaria barridas por el viento y quemada por el sol.”

María Reiche Neumann.


En sus más de 50 años de estudio sobre las pampas de Nasca, la Dra. Reiche proponía que se empezara a construir la historia de los antepasados -no solo de la Cultura Nasca sino de las demás civilizaciones que se desarrollaron a lo largo y ancho del antiguo Perú- desde una perspectiva científica. Buscó y halló ciencia en su incesante estudio: la unidad de medida, ubicación de las líneas solsticiales con la cual elaboraron, los aborígenes, su calendario; el vínculo inexorable entre las figuras y las constelaciones que se aprecian en la bóveda celeste, la hechura de los geoglifos con una concienzuda perfección simétrica y geométrica, y un incalculable etcétera.

Pero, desgraciadamente tras de ella salieron de la “cajita de Pandora” otros personajes con teorías empapadas de rebosante banalidad hasta el punto de darle más crédito a estas y desdeñar vilmente el trabajo científico de la Dra. Reiche (se la guarda en la memoria colectiva de la gente solo por el cuidado y protección de la pampa mas no por sus estudios). Pero el tiempo, de a pocos, le va dando la razón.

Nuevas mentes vienen avalando lo que la Dra. Reiche proponía 50 años ha. Entre estos personajes tenemos: William Burns Glynn el “Champollion” del Perú marcando un hito en la historiografía peruana por el descubrimiento de la escritura acrofónica de los Incas; Javier Amaru con su estudio de la yupana, el artefacto anacrónico para realizar operaciones matemáticas, parecido al ábaco de otras civilizaciones; inclusive el gran divulgador de la ciencias Carl Sagan le dedica una líneas a las pampas de Nasca en su magistral libro “el cerebro de Broca”; Ruth Shady y Walter Alva vienen realizando estudios honestos y minuciosos en Caral y Moche respectivamente. El cosmos les está enseñando el camino a la verdad, esa, que fue opacada por el tiempo y el prejuicio de aquellas miríadas que no son de tanto no pensar.

Es con este fin que pretendemos vislumbrar algunos hechos que pudieron ocurrir mientras estas gentes forjaban una civilización justa, equitativa y sabia. No son meras analogías, es querer otorgar el crédito científico que tantos otros le negaron por languidecer de presbicia.

Proponemos entonces que los brillantes amautas con su capacidad cognitiva pudieron tener el pleno conocimiento que la tierra era redonda mucho antes que Eratóstenes y Pitágoras. Puede que se llenen de estupor al leer esto pero nuestros argumentos se lo presentamos a continuación. Antes que nada revisemos el legado cultural dejado por estos dos grandes científicos ya mencionados.

Eratóstenes era director de la antigua biblioteca de Alejandría. Fue apodado Beta, la segunda letra del alfabeto griego, por uno de sus envidiosos contemporáneos: Arquímedes, el genio de la mecánica hasta la llegada de Leonardo Da Vinci en la época del Renacimiento Europeo. Este pues, decía que Eratóstenes era el segundo mejor en todo, en el mundo. Pero es patente que Eratóstenes era Alfa en casi todo. Fue astrónomo, geógrafo, historiador, filósofo, poeta, crítico teatral y matemático.

Además, como ya mencionamos, era director de la gran biblioteca de Alejandría. Su enorme curiosidad por el cosmos, lo hizo acreedor del primer hombre en medir el cinturón de la tierra. ¿Cómo lo hizo? Eratóstenes se percató que en el solsticio del 21 de junio, a mediodía, las columnas y las estructuras en la cuidad de Alejandría no proyectaban sombra alguna. En aquel momento podía verse el Sol reflejado en el agua de un pozo profundo. El Sol estaba directamente encima de las cabezas. Era una observación que cualquier otro individuo podría haber ignorado con facilidad. Palos, sombras, reflejos en pozos, la posición del Sol: ¿Qué importancia podían tener cosas tan triviales y cotidianas? Pero Eratóstenes era científico y quería experimentar. Así que al año siguiente se trasladó a la ciudad de Asuán, a 800 km. de Alejandría. Allí pudo observar con asombro que el mismo día, a la misma hora en dicha cuidad el Sol si proyectaba sombra. ¿Cómo podía ocurrir esto? Si se colocara dos palos verticales con la misma longitud en un mapa del antiguo Egipto, uno en Alejandría y el otro en Asuán.

Supongamos que en un momento dado no proyectara sombra alguna o ambas proyectaran sombra. Este hecho se explica de manera práctica y sencilla: la tierra es indudablemente plana. Pero ¿Cómo explicar que en Alejandría no hubiera sombra y al mismo tiempo en Asuán la sombra era relativamente pronunciada? Eratóstenes concluyo que la única explicación a este hecho extraño se debía a que la tierra era curvada, y cuanto mayor era la curvatura mayor será la diferencia entre las longitudes de la sombra.

El Sol, en los dos días solsticiales que tiene el año, proyecta sus rayos de manera vertical debido a que esos días la tierra, en cualquiera de sus dos hemisferios, se muestra de cara al astrol, llegando a marcar perfectamente la eclíptica por donde recorre la tierra en su fase de traslación. Acto seguido el científico prosiguió hacer sus cálculos: la diferencia observada en las longitudes de las sombras hacía necesario suponer que la distancia de Alejandría y Asuán fuera de unos 7°. Bien, 7° vendría a ser la cincuentava parte de los 360° que contiene la circunferencia de la tierra. Como era lógico, Eratóstenes sabía que la distancia entre las dos ciudades era de 800 km. ¿Por qué? Porque contrato a un hombre para que lo midiera a pasos.
800 km. Por 50 dan 40 000 kilómetros. Esta debía ser entonces la respuesta correcta. Las únicas herramientas con la que contaba Eratóstenes fueron palos, ojos, pies, cerebro y un gusto ingente por la experimentación.

No pretendemos certificar que los sabios de tiempos inmemorables hayan medido, al igual que Eratóstenes, el cinturón de la tierra (aunque la idea no es tan descabellada si nos percatamos en los últimos descubrimientos de las matemáticas y astronomía antigua que lograron alcanzar estas gentes) pero si podríamos aceptar la posibilidad de que aquellos “ñauray ñauray soncoyoc” (el que es universal versado y entendido en todo lo que penetra y da razón todo) pudieron percatarse, debido a la proyección de sombras que era como también armaban su calendario–el intihuatana es un claro ejemplo, los incas calculaban el tiempo y las estaciones del año con la proyección de sombras que se puede apreciar con esto-, tanto los Incas como los pre Incas.

Pero aún hay más. Uno de los máximos intelectuales de la isla de Samos en el siglo sexto a. de C. fue sin lugar a dudas Pitágoras. Quizá lo recuerden más por su teorema: la suma de los cuadrados del lado más cortos de un triángulo rectángulo es igual al lado más largo. Pero quien lo recuerde así, ha leído muy poco de Pitágoras. Él además fue el primer naturista del mundo, proponiendo un régimen alimenticio donde excluía rotundamente las carnes, acuñado ahora como “pitagoreano”; profundizo mucho en el campo musical; fuel el primero en utilizar el término Cosmos para indicar un universo bien ordenado y armonioso, un mundo capaz de ser entendido por cualquier humano. Pero lo que más nos sorprende de Pitágoras, es allí donde vamos a enfatizar, es que fue el primer hombre, registrado en la historia convencional de la ciencia que dedujo que la tierra era redonda. ¿Qué argumentos poseía Pitágoras, aquel entonces, para afirmar tal hecho? Con analogías por el sol y la luna, o quizá al observar la curva de la tierra sobre la luna durante un eclipse lunar o tal vez lo dedujo al observar los buques que partían de la isla de Samos y que lo último en desaparecer de estos, en el horizonte, eran los mástiles.

Recordemos que en la antigüedad los aborígenes eran apasionados observadores de la luna, el sol, las estrellas que se perciben a largas distancias en el Cosmos. Pero lo último que afirmaba Pitágoras, en cuanto a los buques y sus mástiles, es lo que nos lleva a conjeturar lo ya mencionado con anterioridad.

José Antonio del Busto Duthurburu publicó no hace muchos años un libro que lleva como título: “Túpac Yupanqui, descubridor de Oceanía”. Básicamente recopila la información dejada por dos cronistas que son los únicos en mencionar la travesía emprendida por el valeroso príncipe Túpac Yupanqui (Martín de Murua y Pedro Sarmiento de Gamboa). Ellos relatan que los antiguos navegantes de la costa equinoccial, le informaron al príncipe de unas islas llamadas: “Auachumbe y Ninachumbe”. Oído esto el príncipe se embarcó con una cuantiosa cantidad de soldados en diferentes balsas con velas que los antiguos llaman “marcca marcca huampu”. Estas islas que los cronistas escribieron no serían sino las islas Marquesas y la isla Mangareva, pertenecientes a Oceanía. No profundizaremos más el tema porque lo único que queremos rescatar es el conocimiento en cuanto a navegación del antiguo poblador peruano.

Las pruebas están a la vista, esperando que alguien se digne a tomarles en cuenta.El descartar todo esto sería caer en el eurocentrismo envanecedor. Los amautas canalizaron el conocimiento, diseminado por todo el Cosmos, para desarrollar ciencia y tecnología. Pero una ciencia práctica y utilitaria; y una tecnología ecológica, lejos de la depredación que impone la tecnología moderna. Los ideales de Platón, Confucio, Tomas Moro de erigir una república donde gobierne la armonía, el colectivismo y las ciencias, solo pudieron lograrlo las antiguas civilizaciones peruanas con sus amautas al frente.

( Jean Carlos Ríos Oscco, estudiante nasqueño de la carrera de guía de turismo )