jueves, 4 de abril de 2019

Crónica al Torero ingeniano Ángel Valdez

UNA CRONICA DEL ESCRITOR TRUJILLANO, EN HOMENAJE A DON ANGEL VALDEZ MAS CONOCIDO COMO "EL MAESTRO" Y A EL INGENIO-NASCA LUGAR DONDE NACIO.

ÁNGEL VALDEZ
Alvaro Alcocer -Escritor Trujillano

EN 1883, A RAÍZ DE LA GUERRA CON CHILE, PALMA estaba pateando latas. No podía comprender que Ángel Valdez, el torero negro de Ingenio, ganara tanto dinero emulando a los matadores de la península, que se creían los amos y señores de la tauromaquia. Al concluir la temporada de octubre de 1882 PALMA reunió a los diestros españoles.
El negro es más popular que el Señor de los Milagros, palabra acotó.
¿Así? ¿Y por qué?
Para adorar al Señor de los Milagros nadie desembucha un mísero céntimo. En cambio, para ver a Ángel Valdez todo el mundo desata los cordones de la bolsa, incluso el presidente de la república. Los negros se avientan desde Ingenio.

¿Y dónde rayos queda ese lugarejo?
En el culo del Perú. En Nasca. He revisado los papeles de la Compañía de Jesús y he encontrado que en las haciendas San José y San Javier los jesuitas explotaban a miles de esclavos negros. El palenque floreaba en Ingenio. Estos mismos documentos delatan las prácticas religiosas de los negros mandingas. Sus continuos alzamientos o cimarronadas. Ángel Valdez no ha renunciado a sus ancestros africanos, a sus sesiones de magia y hechicería. A sus filtros de amor. A sus pactos con Satán. Antes de cada faena, dicen, atraviesa con su espada un gallo nigérrimo. Bebe su sangre aún caliente. Se hace frotar los molledos del brazo para acrecentar sus fuerzas luciferinas. Con los ojos encandilados hipnotiza al toro. Sus admiradores lo llaman El Divino Maestro. La tragedia del negro estriba en que él se lo cree.

Y eso ¿cómo atenta contra nuestros intereses?
Los negros de Malambo reconocen en él a su héroe. Al heredero legítimo del legado más antiguo del África, el más puro, el que vino con Pizarro en 1532. Para sus hinchas es el símbolo viviente de la humanidad desgarrada. La bandera impoluta de la liberación social. Por lo pronto, se proponen erigirle en vida efigie en la plaza de Acho. Mientras permanezca invicto nadie podrá evitarlo. Ustedes se quedarán sin chamba. ¿No piensan intervenir?

¿No piensan cortarle la viada?
¿Nosotros? ¿Cómo?
Lo he venido meditando durante mucho tiempo. Y he pillado la solución. Les regalo la idea, aunque ustedes nunca me han regalado nada, ni siquiera una miserable entrada al coso rimense.
Gracias. ¿Y en qué consiste el plan, si se puede saber?
Bien sencillo. Ustedes me lo borran del mapa. No en el Perú, sino en España.

¿Y cómo?
Lo invitan a torear en la plaza de Madrid y le sueltan un búfalo.
Se hicieron las gestiones del caso. Y Ángel Valdez cayó en el lazo. El 2 de setiembre de 1883 se enfrentó a la curiosidad de los madrileños. Se abrió la puerta del toril. ¡Dios mío! ¡Qué monstruo! ¡Más feo y peludo que el Búfalo Barreto! En los tendidos se promovió una gritería de los mil demonios. Tres chapetonas en estado interesante a los pocos días parieron 3 diabolines con mipa de búfalo.
Ángel Valdez, paso entre paso, se encaminó a la presidencia. Solicitó que no le picaran al búfalo para que no perdiera sangre. El presidente escudriñó los contornos. No vio a quién trasmitir la petición. Todos se habían escondido bajo las polleras de sus mujeres como polluelos a la vista del halcón.
A Ángel Valdez no le chocó la traición de sus colegas españoles. La cobardía de los mismos. Estaba hecho a las trapacerías hispánicas. En Lima, la ciudad más corrupta del mundo, le sacaban en cara el color modesto de su piel. Le infligían toda clase de violencia. Complotaban contra él. Unas veces era el silencio de la prensa especializada. Otras veces era el elogio desmedido del rival español en presencia del agraviado, como quien dice «te lo digo, Juanete, para que escuches Angelillo».
Nerviosamente, dominó su embarazo. Rápido se creció en su adentro. Buscó la cara de la reina de España para recriminarla. Ésta no sabía dónde esconder su vergüenza. La traición de los españoles le costó un chucaque. No era aficionada a los toros. Hechizada por la fama del bravo moreno había acudido a la cita con toda cu corte.
Apuradita quiso santiguarse. Y no pudo. No tenía cara. Al hacer la señal de la cruz se le enredaron los dedos en la imaginación. Y lo mismo sucedió con sus ayayeras, que comían helados multicolores de 3 bolas. Ángel Valdez acaparó las miradas. Se dejó ovacionar un buen rato. Desde que era niño, en Ingenio, había soñado con este momento, sublime para él.
Al fin había llegado. Exhibirse en la plaza de Madrid era el sueño de su vida. La revancha de los negros de Ingenio que habían sido esclavizados por los voraces jesuitas. Siempre vestidos de negro como gallinazos de muladar.

Con pasos estudiados se dirigió al palco de su Majestad. Ensayó una venia irónica. Y para cumplir con la cortesanía de la tauromaquia le dedicó el cuadrúpedo. A 10 metros de la reina Ángel Valdez recibió al búfalo. Los 2 se miraron como al principio del mundo. El más maravillado era el cornúpeta. Dijo:
He visto negros calatos, pero cubierto de luces, ¿cuándo? Estos españoles, decadentes, no escarmientan. En la esclavitud los cubrieron de libreas y cadenas. Ahora los visten con los colores del Arco Iris. Y anhelan que yo me sacrifique a sus ambiciones. Ya pueden esperar sentados, que yo, por mi parte, a ese negro no lo toco ni con el pétalo de una rosa.
Y reculando se volvió hacia la puerta del toril, sin mostrarle las posaderas a la reina. Desde ese lugar los toreros de ultramar avanzaron hacia él. Lo agarraron del rabiño y se lo retorcieron como a gato malcriado. Por el chico le encajaron una tusa de maíz untada con salsa de ají rocoto recontraarequipeño.
Conque retrocediendo, ¿eh? dijeron. Eres un cobarde. Búfalo tenías que ser.

En el recinto reinaba un silencio absoluto cual si las paredes del coso aguantaran la respiración. Ni un ¡olé! escapó de las bocas fanáticas. Como en la iglesia hasta los más bragados pedían: “¡Sácalo con vida de este atrenzo, Señor, y me hago monje cartujo!”.

Todo por delante, nada por detrás dijo el búfalo, acosado por el dolor. Salió como una flecha disparada del toril. Y se estrelló contra la espada de Ángel Valdez.
El torero de Ingenio reapareció en Acho el 23 de diciembre de 1883. Durante su ausenciaPALMA no se había dormido en sus laureles. Había renegado de su madre Dominga Soriano porque era negra. Él tenía el potito paradito del negro retinto, que tanto gusta a los homosexuales. Había fraguado el mito de la Lima colonial. Y le sobraba bríos para fabricar el mito de Arabí Pachá.
No consintió que Ángel Valdez lo toreara en su debut. “No en los inicios mascullaba. Ya te veré en las finales, cuando Arabí Pachá se haga matrero”. Lo había criado Pedro Rivero en los echaderos de Mala. El toro le llenó el ojo a PALMA, y eso que tenía ojos de hurón miope.

Sabía de toros de vistas y de oídas, como un verdadero hispanista. Hizo que le perdonaran la vida alegando que serviría de semental. En realidad, deseaba que Arabí Pachá le arrebatara el título de campeón a Ángel Valdez. “El negro no es torero. Es un vulgar tumbatoros” decía PALMA.

En las noches se entregaba a los goces de la creación. Para 1883 PALMA ya era un viejo prematuro. Era lo único que lo mantenía vivo. Se sentía viejo desde 1871, a los 38 años de edad, pues había nacido en 1833. De una sentada componía sus sabrosos cuentos. Purgaba su resentimiento contra los jesuitas sotanudos. Y en el día se largaba a Mala a evaluar los progresos de su engreído. Lo alimentaban entreverándole carne en el pasto, como estilan los preparadores de gallos de pelea.

Por consejos de PALMA, Arabí Pachá nunca fue lidiado por el mismo torero. 8 veces salió triunfante del redondel. El animal se tornó marrajo. Se sabía de memoria las fintas. Podía dirigir sus propias corridas.
Los pintores famosos propagaban su silueta en los carteles. Los músicos le dedicaban lundúes, huainos, mulizas, valses, tonderos y marineras. Las beatas rezaban por él en los templos, día y noche. Su egregia iconografía decoraba los restaurantes y las picanterías. Su imagen recorría las calles con creciente popularidad. El populorum deliraba por verlo. Un poeta de Piura le compuso esta alegre cumanana:

Me dicen que eres divino,
que toreas a lo Ingenio,
previo trago, me dirás
cómo muere Arabí Pachá.

El dueño del toro hizo su agosto. Las entradas costaban un ojo de la cara. Todo el mundo creía que Arabí Pachá era inmortal. Que no había en la tierra quién pudiera matarlo, ni siquiera Ángel Valdez.
Cuando PALMA conjeturó que Arabí Pachá ya no tenía qué aprender de los toreros españoles lo careó con Ángel Valdez, el 24 de mayo de 1885. Ángel Valdez consultó a los astrólogos. “La conjunción de Marte con Venus no te favorece” pontificó el pitoniso Zandrox. Contra el pronóstico de Ágatha Liszt, Ángel Valdez fulminó el mito del invencible Arabí Pachá.
Esa tarde Ángel Valdez bebió la sangre del gallo nigérrimo. La luz de la inspiración brillaba en su semblante. Se paró al centro del anillo, con su traje favorito, caña y plata, luciente como el sol de Jauja.
Avanzó hacia el toro negro cojeando. Arabí Pachá bufaba. Rascaba el suelo. Hacía volar la arena con sus pezuñas furiosas. Se detuvo oliendo por todos lados. Buscando algo perdido en su vida anterior. Después se rió de la pinta y parada del torero. Le permitió que se balanceara 4 zancadas hacia él. No veía bien de qué lado chuequeaba. Parecía que ya se caía. Todo su cuerpo se sacudía hecho un manojo de nervios. Luego con vigorosas convulsiones se levantaba.

Ángel Valdez evocó la Pampa de las Víboras Felices del Tulín. En los años de abundantes lluvias se llenaban de toros bravos. Los negros currundengos practicaban el chacu. Primero los toreaban. Luego los laceaban. Los llamaban por su nombre. Y los toros, que se habían hecho bravos en la soledad del monte, se amansaban. Cuando Ángel Valdez estuvo a un palmo del burel astifino, le susurró al oído:
¡Arabí Pachá!

Su nombre era música para su gusto. Bajo la apariencia de salvaje latía un corazón enamorado de la eufonía. No lo habían tratado así desde que era torete. Empezaba a afanarse a las hembras. Y no lo dejaban. Ahora estaba hasta la coronilla de vacas y toreros. ¿Quién sería éste? Preguntó:
¿Estás cojo o estás cojudo? ¿Con qué piernas osas desafiar mi furia, engendro de Belcebú?
Ni cojo ni cojudo le contestó Ángel Valdez. Hizo 3 pases de ballet. Se irguió en toda su talla sobre las puntas de los pies. Alzó el potente brazo y ¡zas! le clavó en la cruz la espada de caballería.

Trujillo, 06 de febrero de 1994