viernes, 25 de noviembre de 2011

Cultura : El Tío Bernardino

EL TIO BERNARDINO

Por Enrique Moya Bendezú

Dicen los fieles de la parroquia de Luren en Ica que el padrecito Moya murió en olor a santidad ; dicen los campesinos de Utec Pampa, que el curita Moya fue muy bueno; nunca engañó; dicen los caminantes de los caminos de Puquio a Lucanas que se han encontrado muchas veces con el caballo blanco del Dr. Moya, caminaba muy despacio
como si llevase el compás de los rezos del sacerdote.

A inicios del siglo recién tonsurado le destacaron a la América, al Perú, a la Diócesis de Huamanga; vino con su hermano; mi abuelo ; sin relaciones, sin padrinos y además chapetones pobres ; la Curia Huamanguina le hizo sentir que solo merecía las parroquias de los pueblos de los indios del sur.

Caminaron todos los extremos de la Diócesis de Huamanga: del Pampas al sur, el Hatum Mayo de Sondondo; las altas punas de Lucanas , los pueblos de las cabezadas y de allí por la costa hasta Acari, para subir a Parinacochas y mas al sur hasta la Villa de Pausa.

El curita Español no tenía alternativa o era este mundo cordillerano del Sara Sara y del Ccarhuarazo o nada. El hermano mayor regresó a Aragón, comenzó su servicio en la Parroquia de Pausa; allí bautizó a todos los niños de Sacraca, pastores de cabras, cuyo destino era ser degolladas vivas para servir de odres de los vinos de Chaparra y Caraveli ; luego paso a Pullo, lindo pueblito de veredas empedradas con diseños moros de Huamanga, vino el cambio a Huancasancos un lugar frío y lejano porque el curita no enviaba los diezmos para los gastos del Seminario.

La cofradía era muy rica y los ganados de la iglesia se vendían cada año en presencia de un comisionado del Obispado de Huamanga que traía sus arrieros negociantes de Ccarmenca en arreglo con la curia que el curita denunciaba ; de alli a Huacuas, Ccochapata, San Cristóbal y los pueblos de las cabezadas donde no hiciese daño, debía servir en las parroquias de los pueblos mas lejanos y pobres del interior porque el padrecito Moya no pertenecía a los escogidos, era como muchos curas de pueblo, evangelizador de indios, donde iba oficiaba de casamentero. Elogiaba el matrimonio y las fiestas de las bodas. Así casó a mi madre con su sobrino un mozo español muy apuesto; doña María necesitaba marido para bajar sus arrestos de lidereza y su sobrino, una mujer para construir su futuro indiano y convenció al abuelo dando como dote la hacienda Piedra Blanca en la quebrada de Pullo a donde mi madre no fue porque no estaba para ordeñar vacas.

Una vez al año viajaba a Lima, compraba los nuevos libros de la vida de los Santos que mi madre nos obligaba a leer, los nuevos misales, a ordenar estampitas, a comprar casullas y estolas. Vestía su traje negro, un sombrero de fieltro finísimo , pero el tío nunca lustraba sus zapatos, que lucían como lanchones ¡decían mis tías!

Aprovechaba para hacer las remesas a sus parientes pobres de Zaragoza y para engordar sus ahorros en el Banco Italiano que se los llevó cuando se declaró en quiebra. Mantenía su acento aragones al hablar y se valía del sacristán para trasmitir en quechua sus mensajes. En el púlpito resolvía las predicas leyendo el misal y los Santos Evangelios.

No era jugador, no bebía, no tenia mujer, ni sobrinas, el curita Moya sería santo decían las devotas.

Años mas tarde luego de su peregrinaje por Otoca y Laramate fue removido a San Juan de Lucanas, gracias a la influencia de la familia que acudió al poder político de los senadores ayacuchanos, para suavizar el rigor de la curia huamangina, la actitud reclamadora del padrecito Moya, molestaba mucho al Sr. Obispo, Huamanga señorial y religiosas era Roma, allí estaba el poder que distribuía los curatos en función de la riqueza de las cofradías y a la obediencia de los curas al Obispo. Los terrenos del santísimo servían para sostener los gastos de las fiestas religiosas y los rebaños del Señor para los gastos del Seminario y el buen vivir de la curia Huamanguina.

Recuerdo la cara de mi madre, cuando el tío anunció la visita pastoral del Obispo Víctor Álvarez a San Juan de Lucanas, era de sorpresa y de felicidad porque ella era muy religiosa; luego pensó en ganar la simpatía del Obispo en favor del tío Bernardino y pidió prestado a toda la familia : cubiertos de plata , platos de loza inglesa, azafates chinos y se reunieron las mantas de todos los parientes; desde un mes antes la tía Virgilia recolectaba huevos en los barrios campesinos de Puquio para los batidos y ponches matutinos.

Nos llevaron a todos los hermanos a San Juan, nos alojamos en casa de los tíos Benavides Calle, porque la casa cural era un casona vieja que el tío jamás arregló. Se colaba el viento por todas partes; las gallinas habían hecho sus nidos dentro de la sacristía y en un balay descubrimos capillos de bautizo que tenían dentro monedas de nueve decimos que guardamos en nuestras mochilas.

El día del paseo del santísimo; en la mañana habían cogido todas las flores de retama de las chacras de Accola para señalar el camino de la procesión. El Sr. Obispo salio en paso lento y grave, caminaba debajo del palio y vi sus medias moradas y su zapato con hebilla de torero. Las colchas de las tías estaban tendidas como alfombras persas.

Luego vino el Banquete: en la carpa que armaron en la plaza; los señores se sentaron adelante en ambos lados de largas mesas, al medio de ellas papas, quesos, habas tiernas y fuentes de chicharro y cuyes ; los común runas en cola recibían un plato con mote, papas, chicharrón y un vaso de chicha.

Mi hermano casi se muere, se atragantó con un hueso y le llevaron corriendo ante el Sr. Obispo pidiendo su bendición , este le golpeo en su cuello y todos en murmullo dijeron milagro cuando arrojó el hueso.

El tio Bernardino no perdió la idea de hacer la América a su modo; en Pullo denuncio la mina de Brea Pampa con don Agustín Arias Carracedo, un español como el buscador de minas y prestaba dinero a los principales del pueblo; a los parientes decentes, sin embargo siempre necesitados ; unos para comprar tierras, otros ganado , o para resarcir honras mancilladas. y siempre buscaba que le garantizasen el retorno de lo prestado, incrementado con pequeños intereses, porque según el era “dinero del señor que tiene que crecer como la fe".

Asi prestó al tío Benigno para comprar su fundo; al tío Lucho para que rescate su chacra en inminente remate; al tío Juan para que compre su camión que se volteó cuando manejaba borracho ; a la tía Herminia para que case a su hija, al tío Teodosio para pagar al banco agrario.

Cuando murió dejó una larga lista de deudores que mi hermano estudiante de derecho reclamó para ejecutar las cobranzas. Todos habían pagado ”como no le iban a devolver al curita Moya si era tan bueno”, recibito no, no era necesario, no había desconfianza, el padre Moya era casi un santo.

Así, la esperanza de ser ricos, con la única herencia familiar fue desapareciendo con cada respuesta.

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