“RECOGIENDO SUS PASOS”
Era como el alma en pena
don Pablo, gran curandero
su carácter majadero
se lo llevó cual condena.
Más su alma, en luna llena
A Zenobio daba duro
látigos en lomo oscuro
como castigo del día
don Pablo a la brujería
le construyó propio muro.
Ni la misma ciencia con todos su adelantos, ha podido descifrar los misterios que encierra el comportamiento de la naturaleza humana; entre la vida y la muerte existe un puente que los separa y, nosotros nos encontramos en medio de él, queriendo mantenernos en esta vida, con el temor de atravesarlo y llegar hasta el final de lo desconocido, ¿se han puesto a pensar qué sigue después de la muerte?, ¿alguien ha regresado después de ella y ha contado su experiencia?.
Aunque usted no lo crea, en nuestro pueblo, hasta unas décadas atrás, todavía se hablaba y se murmuraba en voz baja, sobre los hechos insólitos acaecidos, que llamaron la atención y, ha quedado como un mito o una leyenda; es necesario que las nuevas generaciones las conozcan, y la trasmitan, ya que forman parte de nuestro folklore.
En la década del setenta, en un lugar colindante con la “cocha” de Bisambra y el Acueducto, se encuentra hoy ubicado Emapavigssa. Antiguamente allí vivían y trabajaban los personajes que son actores de este relato; Pablo Salgado Romero, Zenobio Gonzáles Pérez y mi testimonio.
Pablo Salgado Romero, personaje que era muy conocido por sus prácticas de curanderismo y brujería, muchas personas lo iban a buscar, para encontrar el alivio para sus males; mientras él, sacaba provecho del don, que supuestamente había heredado de sus ancestros. En muchas oportunidades se vio involucrado en problemas con las mujeres, porque se quiso aprovechar de ellas; era costumbre verlo los días viernes de cada semana, en horas de la noche, prenderle velas a una calavera y rezarle, pidiéndole, no sé qué cosas; solamente él lo sabia.
Su carácter agresivo y conflictivo, dio lugar a que se ganara la antipatía de casi la mayoría de sus compañeros de trabajo, a los cuales los indisponía ante sus superiores, cuando quería algún favor. Cierto día, si la memoria no me es esquiva, sucedió en la última semana de Julio de ?, cuando don Pablo viajó a la ciudad de Lima, para realizarse un chequeo de su salud; lo cierto que los días posteriores a su viaje, sucedieron una serie de acontecimien-tos, que recién doy a conocer, tratando de comprender y buscar una justificación a tales hechos, y quizás usted me ayude a comprenderlos.
El cuarto donde yo dormía, se encontraba ubicado en la parte posterior de la casa; poseía una amplía ventana del cual podía divisar una pequeña granja, colindante con la casa, el resto era todo huerta. En todos esos días, antes de su muerte, todas las noches, los perros se desesperaban y no ladraban, solamente daban unos quejidos lastimeros, y quienes los escuchaban, se les ponían los pelos de punta, y un escalofrío invadía sus cuerpos; los perros en una loca carrera querían atrapar a alguien – no visible – por todo el huerto. Pero allí no acaba la cosa, al tercer día de estos hechos, observé que el obrero Zenobio Gonzáles Pérez se encon-traba muy diferente a lo que lo conocíamos; un hombre pálido y sobre todo ojeroso, con un hablar nervioso; le increpé – diciéndole -¿Qué pasa Zenobio?, ¿acaso te encuentras enfermo?; Zenobio no tuvo más remedio que contarme, ya que me tenía confianza – “Señor – Pablo Salgado viene todas las noches y me anda pegando con un látigo, pero antes del alba se va. Se conversó este asunto y determinamos que uno de sus hijos, lo acompañara a dormir; desde ese día, los hechos cambiaron; justo a la semana de estos acontecimientos, fallece Pablo Salgado. Fue enterrado en la Ciudad de Lima, y la calma volvió a la casa huerta.
Años posteriores a estos acontecimientos, ya retirado del trabajo y tratando de conseguir una jubilación del estado, encontré a Zenobio Gonzáles Pérez; hombre bonachón, servicial a cualquier petición, cuya única debilidad, era de tomarse algunos tragos los fines de semana, después de cobrar su mensualidad; como cual-quier cristiano que se le pasa los límites del alcohol, se acordaba de cosas tristes, que solamente quedaba en rencillas.
No habían pasado algunos meses en que había culminado sus labores como obrero de la institución agua potable, cuando le vino la muerte; recién había desalojado el cuarto que ocupaba en uno de los ambientes de la casa huerta.
Qué diferente fueron los días anteriores a su muerte, no pasó nada anormal, más bien se sintió una tranquilidad única. Todavía recuerdo el día de su velatorio, hasta le hice el nudo de su corbata, observando en él, esa sonrisa que lo caracterizaba siempre, bromeando, como si estuviese riéndose de la muerte. A eso de las siete de la noche, tenía que ir a la casa huerta a prender las luces – su velatorio fue en Unión Victoria – al tratar de ingresar hacia la cabina del control eléctrico, debajo del reservorio, en ese trayecto sentí que una suave brisa de aire, acompañaba los movimientos de los árboles, cual sintonía de música celestial; alegraban mi espíritu, que me transportó a un mundo irreal; cuando volví a la realidad, traté de entender lo que había sucedido, y hasta ahora sigo buscando una explicación a tales hechos. En ambos casos, fui testigo presencial, y a medida que he ido investigando, sobre hechos insólitos, soy un convencido, que cada día, nos acercamos mas, al más allá, usted, qué dice.
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