sábado, 9 de agosto de 2008

Noticias en el periódico de Aragón/ Exposición Arte peruano

Todo está hinchado en la vasija para recibir el agua tan valiosa. : Titiriteros y mitos.

La Expo despliega un aire general de fiesta, pero reserva muchos espacios para la reflexión.

La charanga de Calatorao anima la balconada. Como si el pueblo estuviera en fiestas. Son las 12 en punto y solo falta que echaran a voltear las campanas a todo lo que dé la goma. Pero es la Expo y no hay volteo. Cuentan que en Illueca un año se soltó el badajo, cayó sobre la plaza llena y le fue a dar al único forastero. Y agregan que los del pueblo reconocen aquel suceso, quizá apócrifo y mal intencionado, como el milagro de San Babil.

Ahora es jueves y están montando una burbuja gigante para un espectáculo francés de 360 grados que unifica teatro, música y vídeo en el espacio público. Dentro del ambiente de fiestas que hay en Ranillas es como si pusieran las barracas.

La alegría que traían a los pueblos de hace 50 años los titiriteros, cargados con una reata de críos ya aptos para la contorsión, el alambre o los malabares; con una alegría diferente y fuerte que nos impresionaba; y con un desarraigo en la forma escueta de vivir que a los niños nos dejaba pensativos cuando se iban. Y el maestro callaba.

El Circo del Sol está lleno de titiriteros, pero quedan apagados por una maraña de simbolismos. Uno mira alegre el huha-hop que una sílfide baila con seis aros, pero siempre anda cerca algún personaje con aspavientos que representa, por ejemplo a la Fotosíntesis. Siempre la voz de la conciencia, como si volviéramos a Calderón.

Y esa insistencia en la música maquinera y el lamento; que casi va un técnico de sonido con cada artista. Si unos enredan con el diávolo, no caben gestualidades catastrofistas, ni misterios trascendentales. Las estéticas estatuarias del arte callejero tienen casi siempre un matiz siniestro.

En lo más hondo del pabellón de América Latina hay una muestra de vasijas rituales precolombinas, cargadas de fiereza en los animales y de indolencia en las representaciones humanas. El carácter panzudo de los tarros, a la vez que el colorido, suaviza visualmente el dramatismo de la búsqueda continua del agua: el perro, la rana o el cocodrilo. Todo está hinchado en la vasija para recibir el agua. Pero una de las que hay allí expuestas, con forma de orca o ballena (el animal que por su capacidad para lanzar agua del océano por su orificio fue considerada por los NASCA como divinidad productora), tiene en uno de sus brazos la cabeza-trofeo de un hombre y en el otro un cuchillo de obsidiana. Como si ese ser mítico del siglo VI necesitara un sacrificio humano a cambio de agua.

Impresiona la Diosa azteca del agua, Chalchiuhtlicue (del XIV), que siempre está viva y despierta, que nunca duerme ni dormita, patrona de los nacimientos y de las parturientas. El antropólogo Claude Lévi-Strauss señaló que los mitos son productos directos del pensamiento humano y se parecen de uno a otro confín de la tierra. Aunque concebidos de un modo aparentemente espontáneo y arbitrario, se remiten a fuentes mentales humanas profundas, similares al pensamiento lógico: "No son los hombres los que piensan los mitos, sino que los mitos se piensan entre los hombres sin que ellos lo sepan", escribió.

Allí mismo hay un poema de Mario Benedetti: Rápido como el río ha transcurrido / pero ocurre que el río no envejece / pasa con sus crujientes y sus ramas / sus duendes y su cielo giratorio. El tiempo que hace viejo lo que toca, sin envejecer nunca. San Agustín preguntaba si no será Dios el tiempo.

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